Los primeros jardines argentinos

En la Argentina, a mediados del siglo XIX, los primeros jardines privados comenzaron a tomar forma en estancias y residencias lujosas. El diseño de estos espacios estuvo a cargo de paisajistas y jardineros que complementaban la labor de los arquitectos responsables de las mansiones. Todos ellos eran contratados por la aristocracia local, deseosa de replicar el estilo de sus pares europeos.
Durante el siglo XIX y principios del XX, la jardinería se basó, en gran medida, en especies traídas del exterior. Sin embargo, Charles Thays marcó un punto de inflexión al incorporar flora autóctona en parques y jardines. Con el paso del tiempo, especialmente con el cambio de siglo, el interés por la vegetación nativa creció, de manera significativa, impulsando su reproducción en viveros.
En nuestro país, se pudo observar muy bien cómo la herencia de la cultura hispanoárabe privilegiaba los espacios públicos sin vegetación, mientras que el verde se encontraba en el ámbito privado (generalmente en patios encadenados que cumplían distintas funciones domésticas, con un jardín y una quinta productiva en el sector posterior). Esta disposición -como explicamos- se mantuvo hasta aproximadamente 1880, cuando la llegada de paisajistas franceses modificó el concepto urbano, y lo alineó con las aspiraciones de la élite que buscaba transformar Buenos Aires en una “París del Plata”.
Así es como en sus inicios, la jardinería fue un símbolo de estatus reservado a la alta sociedad, que embellecía sus estancias y elegantes hogares urbanos con exuberantes espacios verdes. No obstante, con la expansión de barrios para la clase media y trabajadora durante la primera mitad del siglo XX, el concepto del jardín doméstico se popularizó en estos sectores.
Fuente: Economía & Viveros